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  • Todos hemos dado una segunda oportunidad a alguien que quisimos o queremos, y más allá del desenlace, lo hicimos porque confiamos en algo que solo uno sabe sobre el otro, conocemos más allá del hecho que “perdonamos”, porque un acto nunca será solo un acto, somos producto de nuestra historia

El imaginario común de cuando se exige justicia es sinónimo del uso de la cárcel como medida punitiva, el lugar que no necesita introducción porque todos conocemos en mayor o menor medida las condiciones inhumanas en las que viven las personas privadas de libertad, y he aquí la cuestión, que incluso teniendo una noción de ello, deseamos o celebramos que se encierre a quien cometió un delito, queremos que duela, ¿o no es ese un sentir imprescindible de estar encerrado?, porque ciertamente la reinserción sigue lejos de ser centro de atención, como diría Alfonso Quiroz, “una pena sin tratamiento humano, es venganza”.

Pero empecemos desde otro lado.

Todos hemos dado una segunda oportunidad a alguien que quisimos o queremos, y más allá del desenlace, lo hicimos porque confiamos en algo que solo uno sabe sobre el otro, conocemos más allá del hecho que “perdonamos”, porque un acto nunca será solo un acto, somos producto de nuestra historia, somos lo que aprendimos viendo, lo que nos enseñaron, somos del lugar donde crecimos, somos las heridas que no sanaron y todo lo que amamos, y a pesar de ello ¿cada cuánto nos detenemos a ser mas compasivos con nosotros mismos o con las personas que queremos por los errores que cometemos? Si nos cuesta tener una relación menos punitiva y más amorosa con uno mismo, ¿por qué la tendríamos con alguien que hizo daño?, justo ahí esta la respuesta, si uno ya es capaz de entender para sí mismo que hacemos lo mejor que podemos con lo que tenemos, entonces juzgar, exigir y castigar empieza a perder peso, y la necedad de calificar algo como bueno o malo se empieza a desvanecer.

Armamos la vida con el nivel de conciencia que se construyó hasta ese momento, de los privilegios y desventajas de cada uno, de las redes de apoyo que nos sostienen y de un sistema que nos oprime a todos; y claramente no de la misma manera: la clase social, el género, la raza, y lo que quiera sumarse a la lista, es la pauta de cómo se van a violar los derechos; así que el delito tiene de trasfondo una sociedad desigual, oprimida y empobrecida, caracterizada por la frustración, el cansancio y la exclusión, que no refiere que la delincuencia solo surge de la marginación, hay un sinfín de motivos por los cuales se llega a prisión, incluido el no haber hecho nada y haber sido acusados con falsedad.

Una institución de discriminación múltiple que sirve para encubrir las fallas de un sistema desigual que falló de muchas maneras antes de que alguien llegara a prisión, porque antes de ser adultx, hubo un niñx que la tuvo difícil y nadie estuvo ahí para sostener su vida cuando no supo hacia dónde ir. Por ello, si queremos hablar de justicia empecemos por tener la claridad de que no se puede considerar a las personas como los únicos responsables de su delito, y no se pueden crear nuevas formas de prevención, de reinserción y de reparación del daño sin una postura más crítica y sensible, trabajar el sentir colectivo hacia lo que nos provoca el crimen, es también trabajar con uno mismo y empezar a dejar de ser tan punitivo en nuestros espacios personales; y enfatizar que esto no es justificar, ni victimizar, ni aminorar el delito, la responsabilidad de lo que hacemos deber ser un hecho innegable en cualquier ámbito de nuestra vida, más bien, es empezar a mirar desde un espacio que no sea ahistórico y que valore la memoria y circunstancias de todos.

Ojalá pudieran conversar con las personas privadas de libertad, sentir el cansancio de los familiares que van cada semana, evidenciar el olvido continuo, maldecir la incertidumbre incendiada de quien no ha recibido sentencia, calar la desesperanza y el hastío, abrazar a quien cree que merece vivir con el alma lacerada, o notar el esfuerzo de los que trabajan a contra corriente para defender la justicia; y aclaremos que empatizar no significa simpatizar, podemos comprender algo que transgrede lo que consideramos inaceptable, sin llegar a desear que duela por todo el tiempo que estén dentro, recordar que todos estamos del mismo lado, seres intentando resarcir las grietas; las personas privadas de libertad necesitan ser tratados con el mismo esfuerzo y responsabilidad que cualquier persona porque los derechos humanos no están sujetos a consideración de nada.

De esta manera, podemos notar que la cárcel no ha fracasado, al contrario, ha cumplido una función simbólica por años casi exitosa; satisface el deseo popular de infligir una sanción dolorosa al culpable, que se esconde bajo el manto de la justicia; pero ya no somos los mismos de antes, y de poco en poco pondremos el tema sobre la mesa, la cárcel no puede ser otra si nosotros no somos otros, y no hay manera de que cuando uno empiece a entender qué más hay del otro lado de la memoria, sabrá que no hay vuelta atrás, que no hay justificación para la crueldad y el olvido, o para jerarquizar qué vida importa y cuál no.

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