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En México, la Tortura es un acto sistémico y generalizado. En 2016 el INEGI realizó un estudio a más de 64 mil personas privadas de la libertad en 338 centros penitenciarios, se reportó que el 64% de la población había sufrido algún tipo de violencia física al momento de la detención, como descargas eléctricas, estrangulamiento y asfixia.[1] Estas estadísticas son los últimos datos oficiales proporcionados, sin embargo, no representan la realidad para las personas que viven en algún centro de reinserción.

Si bien la tortura es “todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, con el fin de obtener de ella o de una tercera información o una confesión…, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas”[2], debemos tomar en cuenta que, las afectaciones causadas, no son momentáneas, persisten en las personas e impactan en la sociedad.

Por ello, el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura es una oportunidad para resaltar no solo la urgencia de acabar con los actos de tortura, sino también de realizar acciones de atención especializada a las víctimas de estas graves violaciones a derechos humanos. En este sentido, el acompañamiento psicosocial resulta fundamental en el proceso restaurativo. Este comprende un conjunto de acciones orientadas a fortalecer habilidades, destrezas y competencias en el ámbito de la vida familiar, educativa, productiva y comunitaria (Fundación SES, s.f).

Dentro del margen de los Derechos Humanos, el acompañamiento psicosocial va encaminado hacia el fortalecimiento integral de las víctimas. Todo el grupo de personas que acompañan estos procesos, se posicionan y por lo regular se auto adscriben como defensores y defensoras de derechos.

Las víctimas de tortura sufren afectaciones de diferentes formas y distintos niveles, sin embargo, estas no deben interpretarse como una patología adherida a las personas, por el contrario, las consecuencias son también sociales. Desafortunadamente, muchas de las víctimas de tortura reciben atención desde un enfoque psicopatológico, lo que en ocasiones puede resultar en revictimizaciones y nuevos estigmas.

Ahora bien, la práctica sistemática y generalizada de la tortura constituye un crimen contra la humanidad[3], incluso puede ser planteada como actos de violencia organizada, que cambia la vida de las personas a nivel físico, psicológico, social y familiar; [4]. En este sentido, el acompañamiento psicosocial debe ir dirigido a las personas que sufrieron tortura y a las víctimas indirectas, como lo son familiares, amigos y en ocasiones comunidades enteras.

Las víctimas indirectas de la tortura pasan por procesos de pérdida y duelo, sin contar con el desgaste emocional que en muchas ocasiones conlleva la exigencia de justicia frente a las autoridades. La invisibilización del Estado y la sociedad misma hacia la persistencia de la tortura, deriva en segregación y señalamiento  hacia las víctimas y sus familias, lo cual acrecenta su situación de vulnerabilidad.

Un acompañamiento psicosocial deberá tomar en cuenta estos factores y dinámicas a lo largo del proceso restaurativo, independientemente del estadio en que se encuentre el proceso legal. Incluso, posterior a la solución del caso, se recomienda la psicoterapia dentro de las medidas de reparación del daño.

En conclusión, resulta indispensable que las personas que han sido víctimas de tortura sean validadas, esto puede lograrse por medio del acompañamiento psicosocial. Por lo general, el acompañamiento puede surgir , en primer lugar, de sus grupos de personas cercanas y conocidas como amigas, familiares, pero también puede ser realizado junto con personas que se tornan en redes de apoyo secundarias,  por ejemplo, en clubes, centros de recreación, la iglesia, entre otros. Aquí el acompañamiento puede ser informal o la comunidad tiene personas que conocen el enfoque psicosocial. Finalmente, tenemos a las redes terciarias o institucionales, que se conforman por profesionales de la salud, acompañantes legales, trabajadores/as sociales y voluntarias/os.

Sea en cualquiera de estas dimensiones de acompañamiento y redes de apoyo, en las que se encuentre la persona, se debe tomar en cuenta el contexto que les rodea y considerar que una de las principales necesidades es el ser escuchadas por alguien que no les juzgue, que se les permita canalizar emociones y pensamientos y que encuentren un espacio para sí mismas, de este modo ser fortalecidas resignificando sus acciones y experiencias.

[1] México: Eventos en 2020. Disponible en: https://www.hrw.org/es/world-report/2021/country-chapters/377395.

[2] Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (1984, artículo 1, párrafo 1). Disponible en: https://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/CAT.aspx

[3] Naciones Unidas.(s/f).  Tortura: un crimen de lesa humanidad. Disponible en: https://www.un.org/es/observances/torture-victims-day

[4] Osácar, A., Meehan, O., y Usmani-Martínez, S. (2002). Consecuencias Psicológicas de la tortura. Disponible en https://primeravocal.org/wp-content/uploads/2014/01/consecuencias-psicologicas-de-la-tortura_primera-vocal1.pdf

Rebeca Aguilera Herrera, pasante de psicología en la Facultad de Psicología de la UNAM, actualmente es voluntaria en ASILEGAL

Lorena Tostado Almanza, egresada de la Facultad de Psicología, UNAM, actualmente realiza su servicio social en ASILEGAL

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