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01 de agosto de 2020

La defensa de los derechos humanos no hace concesiones: te cambia desde dentro

“A partir de hoy, y en adelante, ustedes son defensoras y defensores de derechos humanos, bienvenidas”.

Hace más de un año, al terminar la introducción para comenzar a trabajar dentro de ASILEGAL, Luis Díaz, director administrativo, dijo una frase que aún resuena conmigo: “A partir de hoy, y en adelante, ustedes son defensoras y defensores de derechos humanos, bienvenidas”. Recuerdo sentir que, sin avisar, me habían puesto unos pantalones gigantes: arrastrando de los tobillos y cayéndose de mi cintura, intenté componerme con ellos puestos mientras caminaba de regreso a mi escritorio pensando en cuál sería mi primera nota para la organización.

Entre las palabras que designan y las acciones que generan títulos, no obstante, hay un trecho largo que caminar. Trabajar en una organización que se enfoca en defender los derechos humanos de las personas privadas de libertad dentro del sistema penitenciario mexicano demanda análisis, seriedad, enfoque, dedicación y, más que nada, el ejercicio constate de una empatía en ciertos casos más fuerte que uno mismo.

“Te tocó la novatada”

En la primera semana de trabajo acompañé a mis compañeras del equipo jurídico a una comisión en Baja California. Ahí, atenderíamos la audiencia de Gladys, una mujer que entró en conflicto con la ley penal al ser erróneamente juzgada, estigmatizada y menospreciada por ser una madre drogodependiente, apuntalada con una sentencia más grave que los abusadores de su propia hija. “Te tocó la novatada”, me dijo desairada la entonces coordinadora de jurídico, Layla Almaraz, “es de los casos más complicados que hemos llevado recientemente”.

Escuchar su audiencia, con el grado de revictimización, despecho y pleno odio que se podía ver descargado sobre esta mujer inocente del crimen que se le imputó, transformó la noción que tenía del labor que buscaba cumplir dentro de la organización. Me di cuenta de que la lucha aparentemente exterior por los derechos humanos de una población vulnerable tendría que librarse, en todo momento, también desde dentro. Como dijo Nietzsche en 1886: “cuando se lucha contra monstruos hay que tener cuidado de no convertirse en monstruo uno mismo. Si hundes largo tiempo tu mirada en el abismo, el abismo te observará de regreso”.

Sentí una obligación por llevar a cabo esta lucha, con victorias y derrotas, desde la única trinchera que tengo: mis ideas. Mantener la sensibilidad que creo me ha permitido hacer una carrera profesional de la investigación y la escritura, frente al cinismo como mecanismo de supervivencia para tratar de acercarse a una de las peores expresiones de injusticia, impunidad, tortura y muerte que suceden en nuestro país, usualmente a manos de las autoridades, según el propio Diagnóstico Nacional de Supervisión Penitenciaria.

Con el paso de los meses el caso de Gladys se vio replicado en diferentes contextos y creativas pero trágicas maneras de entender la condición humana. A través de Yamel, Blanca, Lidia, Laura, Lourdes, Antonio, Pedro, Victoria, Yadira, familiares y miles de innombrados más que siempre aparecen anónimamente en las estadísticas, empecé a sentir mínimamente el peso de sus zapatos sofocar mis movimientos. Entonces, con pequeños dudosos pasos me di cuenta, a la par, de un extraordinario equipo de trabajo que conocí a través de sus textos donde plasmaron sus preocupaciones, inclinaciones e intereses, así como pláticas cotidianas y mundanas. Personas que frente a las tareas más complicadas, resilientemente y desde la sombra, fuera de cualquier tipo de reflector, vi encargarse con pasión el bienestar de la población privada de la libertad. Y nada motiva como la imitación, el desinterés y el buen trabajo.

Es a través de estas personas que, por tanto, el universo ideológico de cualquiera hace un clic silencioso y dimensiona la defensa por los derechos humanos: la creencia férrea e inamovible de que toda vida humana contiene una dignidad gigantesca y tiene derecho a vivir en condiciones donde no se le oprima, torture, menosprecie, asesine, viole o degrade. Porque esto no es sobre las personas en conflicto con la ley penal, ni sobre aquéllos que desprecian los derechos humanos por “liberar criminales”, sino que esto confiere una responsabilidad con la que pocos quieren cargar, pero de la que todos participan. La única manera con la que puede ser tasado el valor de la humanidad es a través de la oportunidad que le dimos a los otros no solo de sobrevivir, sino de vivir una vida digna, pues es todo lo que hacemos y nunca lo hacemos solos.

El mayor logro artístico que ha tenido la humanidad después de un conflicto que amenazó (y en cierta medida logró) con destruir todo lo que en este planeta es valioso: la vida.

Platicando más de una vez con amigos o familiares, tuve que confrontar esta idea reiteradamente: ¿qué hay de los violadores? ¿qué hay de los asesinos? ¿y qué me dices sobre los filicidas? ¿ellos merecen derechos humanos cuando ellos mismos privaron a otros de estos? La respuesta solamente puede ser afirmativa. No hay puntos medios ni concesiones, pues ni yo —ni muchas personas— desean convertirse en los monstruos que vaticina Nietzsche. Convertir lo inhumano en una expresión de la inagotable capacidad de empatía humana ha sido y, me parece, el mayor logro artístico que ha tenido la humanidad después de un conflicto que amenazó (y en cierta medida logró) con destruir todo lo que en este planeta es valioso: la vida.

Con esta herramienta se puede hacer temblar al cinismo que acecha detrás de la normalización de la proximidad con el sufrimiento humano, tanto del inocente como del culpable. De una manera u otra, es necesario darse cuenta que los derechos humanos no son una idea abstracta que se logró en pro de defendernos de nuestros peores demonios, sino un pacto tácito por ver, comprender y analizar el mundo desde la visión irrestricta del valor que tienen absolutamente todas las personas.

Después de un año me doy cuenta que el espacio formado dentro de ASILEGAL nunca tuvo la intención de ser un punto más o menos en mi historia laboral, ni la de nadie. Los derechos humanos no empiezan ni terminan de 9 am a 6 pm, sino que fundamentalmente confieren una serie de armas ideológicas contra la inhumanidad que se ejercen y practican todo el tiempo. Es un lenguaje que permite explicar el mundo de manera concreta que, naturalmente, trastoca el universo personal de quien entra en contacto con su necesidad. Esto no significa, por supuesto, que se ahogue el intercambio y que no hubieran diferencias dentro del equipo, sino que existe un acuerdo tácito en el que se reconoce una base donde la que todas las personas son capaces de comprender que existen necesidades más que las propias.

Con interés, información y exigencia, toda persona se convierte en defensora de derechos humanos.

En el fondo, somos una expresión de las ideas que creemos, albergamos y analizamos para entender el mundo. Que una de ellas sea el ideal, usualmente dado por sentado, de los derechos humanos tiene muchas implicaciones que difícilmente pueden abstraerse por completo. Sin embargo, existe una muy clara: no podemos darnos el lujo de permitir que la indiferencia o el cinismo nos gane en esta batalla por lo que los derechos humanos representan. Tanto a los que trabajan en ello, así como todas las demás personas que somos cómplices, usualmente en silencio, de lo que estos nos aportan. Participar de la idea de los derechos humanos es una actividad que ya está en uso, la única manera de no permitir que se devalúe es acercándose a lo que sucede cuando no se garantiza.

Sin duda alguna los pantalones me siguen quedando grandes, más no podría quitármelos. Empezar a defender derechos humanos supuso una transformación interna de la persona que soy y la que quiero construir en el futuro y por esto agradezco la oportunidad de trabajar en ASILEGAL en pro de los más olvidados, los invisibles que al observarlos se hace patente la necesidad de que todos pongamos un grano de arena para luchar por sus derechos. Ahora creo verlo con claridad: cuando se abusan los derechos de uno, se menosprecian los de todos, y no podemos darnos el lujo de que esto siga ocurriendo. Con interés, información y exigencia, toda persona se convierte en defensora de derechos humanos.

Sergio Pérez Gavilán.

Gestión Editorial – Periodismo de investigación
Tesista de la licenciatura de Filosofía en la Universidad Panamericana. Periodista con tres años de experiencia con textos de diversas temáticas como arte, deporte, política, ciencia y derechos humanos, publicados en medios impresos y digitales como VICE en Español, Excélsior, Sin Embargo y Publimetro, entre otros.

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