9 de marzo de 2020
Postdata: Favor de (no) ofender
No hay nada nuevo bajo el sol. La lucha feminista sigue creciendo, y las críticas más severas hacia ella se ha reducido a cuestionar, por un lado, los métodos y, por el otro, los efectos. Se oye en voces de un significativo grueso de la población que “esas no son formas”, que “lo único que se está logrando un resentimiento social”, porque “están reproduciendo las mismas dinámicas de odio y exclusión que tratan de erradicar”, y, la más absurda: “ya no se les puede decir nada porque resulta que todo es violencia”.
Hablemos un poco de esas “desamparadas víctimas”, las “verdaderas víctimas”.
Aquellos que ahora ya no saben cómo vivir ni cómo actuar frente a las mujeres; aquellos que han tenido que coartar su tan preciada voluntad y libertad, ejercidas a plenitud por tanto tiempo, por miedo a ser señalados; aquellos que, considerándose la excepción, se han sentido ofendidos por ser colocados en el mismo saco que todos los demás; aquellos cuyo coto de poder se ha mermado; aquellos cuyo señorío, tambaleante e infame, están viendo caer.
En más de una ocasión, pero sobre todo en días recientes, se me hizo una petición expresa para bajarle de “tono” de feminismo de la organización para una charla sobre violencia de género. Es muy agresivo, decían, porque es un tanto combativo, porque son visiones muy radicales que no pueden aplicar a todos por igual, o porque las feministas tendemos a herir susceptibilidades y somos expertas en crear situaciones incómodas. Porque, al parecer, eso es lo único que somos; una incomodidad, una piedra en el zapato. Una cosa cuyo único propósito en la vida, es servir a propósitos ajenos.
Sin camino propio andamos, siempre tras los pasos de aquellos que trazaron por nosotras. Cuando queremos romper con ese orden, cuando buscamos fracturar la violencia que nos anula, entonces nos volvemos incómodas: cuando denunciamos la opresión, entonces ofendemos y herimos a quienes señalamos.
Hablemos de incomodidad
Es inverosímil que levantar la voz sobre las tres mil mujeres asesinadas el año pasado, sea ofensivo para algunos. A su vez, hablar sobre el acoso laboral que sufre un tercio de las mujeres, sea incómodo para otros tantos.
Pero, ¿qué es lo que resulta incómodo entonces? ¿es el hecho de que se asesine a 10 mujeres al día? ¿que perciban un ingreso menor que los hombres? ¿qué cada 18 segundos se viole a una mujer? ¿o el hecho de que cada vez que salimos a la calle, nos abruma un miedo y una inseguridad paralizantes? Porque esa incomodidad no proviene de una indignación, ni mucho menos de un dolor común por la situación actual e histórica. Más bien, lo que te incomoda es que digan que tú eres el problema, y que siempre lo has sido.
Naturalmente, surgen dos preguntas: ¿De qué te ofendes y enojas tú? ¿Por qué tú sí tienes derecho a enojarte?
Claro que esas preguntas se responden solo a través de la propia razón histórica que estamos tratando de destruir: el foco se vuelve hacia los mismos que la han controlado, y lo único digno de mención, mientras nuestros cuerpos están siendo marcados, poseídos, quebrantados, es el cómo ustedes lo viven y lo sufren.
Se ofenden e incomodan por lo que nuestro estruendo significa para ustedes, para su comodidad, su reputación y sus privilegios; pero ¿quién se ofende por nosotras y la vida que no hemos podido vivir?
*Fotografía de Santiago Arau @Santiago_Arau
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